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¿Deben las películas para servicios de ‘streaming’ ser elegibles para Premios?

3/28/2018

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Con el pasar de los años, el mundo y la esencia del Cine han cambiado considerablemente. Lo que comenzó como un experimento científico y un divertimento circense es ahora una de las industrias más poderosas del mundo.
No debe sorprendernos entonces que en la era de la obsesión por la tecnología, la conexión y la información rápida y omnipresente, también las formas de consumir y producir cine hayan pasado por una transformación drástica. Transformación que en muchos aspectos puede parecer dolorosa y traumática a la luz de las prácticas y procesos que hemos establecido durante poco más de un siglo.

El Cine ha sobrevivido numerosas casi-catástrofes que han amenazado su status quo: desde la aparición del sonido y el color, hasta la introducción de la televisión como su competencia directa, e incluso el surgimiento del cine digital como alternativa al analógico. En todos los casos las opiniones han sido múltiples y diversas. Como es de esperarse, algunos creadores han apostado por la conservación del modus operandi, mientras que otros se han sumergido felizmente en la exploración de estas nuevas tecnologías, canales y procesos.   

La fuente de controversia más reciente ha sido el surgimiento de los servicios de ‘streaming’ como Netflix, Hulu y Amazon. Hace algunos días atrás, Steven Spielberg reavivó el debate durante una entrevista para ITV News, en la cual comentó que estos servicios son una amenaza para los cinéfilos, y sus productos no deberían ser elegibles para premios de renombre como los Oscar.

No obstante, con propuestas de la calidad de Mudbound (la cual, además, recibió algunas nominaciones a los Premios de la Academia), Okja, Gerald’s Game, entre otras; es difícil imaginar que las películas realizadas para estos servicios sean menos meritorias de reconocimiento que otros films estrenados en las salas de cine.

Incluso para aquellos que no prestan atención a las premiaciones, numerosas preguntas sobre la naturaleza misma del Cine y la experiencia cinematográfica surgen ante los comentarios de Spielberg. Y ya que es un tema interesante y complejo, es digno de exploración.

Comencemos:
 
Los Films y la Academia

Spielberg: (…) una vez que te comprometes a un formato televisivo eres una película de televisión. Ciertamente –si eres un buen show, mereces un Emmy, pero no un Oscar.

Entrevistadora: entonces no debería nominarse al Oscar.

Spielberg: no creo que un film al que solamente se le dan calificaciones simbólicas en un par de cines por menos de una semana deba calificar para la nominación de los Premios de la Academia.

Ya que Spielberg habla directamente de la Academia, considero importante comenzar explorando cómo esta funciona. En particular: cuáles son sus factores de elegibilidad, y qué es exactamente lo que esta premia.

Comencemos por lo segundo. De acuerdo a la información de su página web, la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas:

‘es la organización más prominente relacionada a las películas, conformada por 8.000+ hombres y mujeres consumados trabajando en el Cine. Reconocemos y defendemos la excelencia en las artes y ciencias cinematográficas, inspirando la imaginación, y conectando el mundo a través del medio de las películas’.

Respecto a los premios en sí, la misma página los define vagamente como ‘los honores más altos en la realización cinematográfica’. Entendemos entonces que los Premios de la Academia reconocen las películas de cine y los trabajadores que son partes de la industria cinematográfica.

Pero, ¿Qué se considera una película de cine?

Ya que es imposible encontrar una respuesta en estos extractos, debemos revisar los requisitos de elegibilidad de la premiación. Según la guía de reglas, encontramos que una película puede ser elegible –y, por tanto, podemos considerarla como película de cine- si:
  • Está por encima de los 40 minutos
  • Es exhibida públicamente en 35 o 70 mm, o en formato de digital (este último con varias especificaciones técnicas)
  • Es exhibida en un cine pago de Los Ángeles
  • Es exhibida por al menos 7 días consecutivos con un mínimo de tres presentaciones al día, una de las cuales debe comenzar entre 6pm y 10pm
  • Cuenta con publicidad regular en Los Ángeles
  • Es exhibida en los plazos de tiempo especificados por la Academia
Pero ¿Qué hay de los films realizados para servicios de ‘streaming’? De acuerdo a la regla dos de la guía publicada en el sitio de la Academia, este tipo de películas puede ser elegible siempre y cuando cumpla con los períodos mínimos de exhibición en salas, y que no se encuentre disponible por ningún medio alternativo antes de su tiempo en cines.

Una ‘película de cine’ debe entonces, necesariamente, cumplir con estos términos. Nada se menciona sobre la calidad en sí de la historia. Al menos para la Academia, lo que la define es su estadía por cierto tiempo en salas de proyección, y el cumplimiento de ciertos requisitos básicos.

En la respuesta de Spielberg a la entrevistadora de ITV News radica un tema más importante incluso que el de la competencia en la temporada de premios: qué es una película, y en qué se diferencia de una ‘película para televisión’. Y pareciera que la misma Academia zanja el asunto en su reglamento.

De ser así, la aseveración inicial de Spielberg parece ligeramente equivocada. La calidad y el formato exigidos a las películas para ‘streaming’ las obliga a continuar cumpliendo ciertos estándares de excelencia que responden a necesidades meramente cinematográficas, puesto que estos films aún deben poder exhibirse en salas.

Pero ya Spielberg reconocía en su intervención que la calidad de estas películas es impecable. El problema entonces radica realmente en su medio de exhibición: ¿pueden las plataformas digitales y la tecnología reproducir la experiencia de la sala de Cine? Y, más intrigante aún: ¿ello importa?
 
El Espectador y la Industria del Cine: una Perspectiva General 

Al revisar la lista de requisitos de la Academia, salta a la vista que hay un énfasis notorio en las salas de cines como único medio de exhibición legítimo para las películas elegibles. Pero, ¿Por qué?

Hasta cierto punto es innegable que existe un componente nostálgico en este requisito. Aún hoy en día tratamos la experiencia de ‘ir a ver una película’ como una especie de rito único e irrepetible.
Y lo es.

Hay algo en la configuración de la sala, el tamaño de la pantalla, la ausencia de otra fuente de luz que el propio film, y, por supuesto, la ceremonia comunal de observar y compartir emociones, que no pueden reproducirse con exactitud en una sala de estar. ‘Ir al Cine’ nos obliga a cumplir ciertas normas y a seguir ciertos patrones de comportamiento. Una película exhibida en una sala de Cine reclama un tipo de atención que no siempre podemos darle cuando tenemos la posibilidad de pausarla, distraernos con otros sucesos, o verla en pantallas no adecuadas para captar toda la complejidad de detalles que forman su estructura audiovisual.

Sin embargo, más allá de la nostalgia por esta experiencia, debemos admitir también que hay otros factores en juego cuando se trata de ‘ir al Cine’: desde variables económicas, hasta vivencias poco agradables gracias a un público desacostumbrado a respetar las normas del rito.

Estudiemos por un momento el panorama en Estados Unidos.

Según Box Office Mojo, el precio promedio de un boleto de cine en el 2018 es de $9.18, aumentando así un 60% desde el año 2000. Ahora bien, colocando esta cifra en contexto, tenemos que:
  • El salario mínimo es de aproximadamente $7.25 por hora, pudiendo variar según el estado.
  • Según la información más reciente, el ingreso anual promedio es de aproximadamente $59.000 (unos $4.916 mensuales).
  • Para mantenerse por encima del índice de pobreza, una familia de cuatro necesita ganar más de $23.339 al año.
  • Excluyendo el Entretenimiento, los americanos invierten aproximadamente $38.105 al año ($3.175,41 mensuales aprox.) en rubros como Renta, Comida, Transporte y Salud.

Esta es una visión bastante general de un tema tan complejo como la economía estadounidense. Pero conocer estos números puede ayudar a ubicarnos en la situación del espectador norteamericano. Considerando que los promedios pueden cambiar drásticamente entre estados, condados y ciudades, no debe extrañarnos que en algunos lugares ‘ir al Cine’ con frecuencia no sea rentable para algunos consumidores.

Debemos tomar en cuenta la inversión que representaría para una familia numerosa, así como temas más complejos como la ubicación de las salas de cine, el costo del transporte para llegar a éstas, y, además, los costos de los snacks. Incluso con alternativas atractivas como MoviePass, que permite a los suscriptores ver tantas películas como quieran por una cifra mensual, hay numerosas variables que continúan pesando sobre la decisión final de los cinéfilos (sin mencionar que incluso el futuro de sistemas como MoviePass se encuentra bajo una nube de dudas).

Comparémoslo entonces con la renta mensual de un servicio de ‘streaming’.

Los tres grandes continúan siendo Netflix, Hulu y Amazon, cuya renta básica por mes fluctúa entre $8 y $11. La comparación con el boleto de cine es instantánea: por el costo de sólo una visita al cine, y sin sumarle los gastos añadidos que ésta implica, el usuario tiene acceso a una videoteca de contenido digital de todo tipo, con casi ninguna restricción para su consumo, desde la comodidad de su casa, y por un menor costo. ‘Ir al Cine’ es simplemente menos rentable.

Pero no sólo la economía juega un factor importante en la elección del consumidor. Incluso los más fervientes amantes de la experiencia cinematográfica han pasado por vivencias realmente traumáticas. Después de todo, tras invertir su dinero en la oportunidad de disfrutar una película de su preferencia, ¿quién está listo para soportar al típico personaje incapaz de guardar su teléfono móvil? ¿O a aquellos que conversan en voz alta durante toda la película? ¿Y qué hay de los que patean la parte posterior del sillón? Y ni hablar de los malos tratos por parte de los encargados, o los problemas que puedan presentarse durante la exhibición.

El respetuoso ritual que implica realmente ver una película se ha perdido. Ya sea porque nos hemos habituado a verlas en casa, o que el énfasis en el cumplimiento de las reglas dentro de las salas se ha disipado demasiado, lo cierto es que la experiencia cinematográfica ya no es la misma. Es necesario re-educar a la audiencia si queremos preservarla.
 
Los Creadores, los Estudios y las Salas

Ahora bien, ¿Cómo respondería cualquier creador ante estos cambios de paradigma en la forma de consumir el Cine? Como es de esperarse: saliendo al encuentro de su audiencia.

Y es que, esencialmente, siempre ha sido así.

Aunque Spielberg expresa su preocupación de que los grandes Estudios dejen de apoyar las películas pequeñas para favorecer a los éxitos asegurados (las grandes franquicias con su sinfín de secuelas, los universos cinematográficos, las adaptaciones de propiedades populares, etc.), lo cierto es que no sería nada nuevo para el cine independiente, si bien es posible que la zanja entre ambos se profundice. Después de todo, los creadores independientes siempre han tenido que ingeniárselas para distribuir y exhibir sus películas de una u otra forma.

Cabe preguntarse si importan realmente los grandes Estudios cuando existen plataformas alternativas como los servicios de ‘streaming’ -¿no podríamos incluso ver a estos últimos como respuestas ante una industria cerrada a las nuevas creaciones?-. Ello dependerá del lente bajo el cual se mire el asunto. Si la intención es ganar prestigio y/o dinero, es posible que la opción más atractiva continúe siendo participar en la máquina bien aceitada de los Estudios Cinematográficos. Si el enfoque está en encontrar al espectador ideal para la historia, los servicios de ‘streaming’ pueden ser una opción más costo-efectiva.

El problema radica en que la visión de la sala de cine como único medio legitimador de las producciones audiovisuales nos obliga a menospreciar producciones que opten por cualquier otro medio de exhibición. Ello le arrebataría importancia y autoridad a esas películas que, por una u otra razón, no intentarían competir por pantallas con las superproducciones.      

Ahora bien, si en la mente colectiva la sala de cine continúa ejerciendo su poderío como única institución del ‘verdadero Cine’ –ese con mayúsculas-, ¿qué ocurriría si solamente los Blockbusters dominan las salas de cine?

Quizá no sea un panorama tan apocalíptico para las salas que ya se enfocan mayormente en la exhibición de las grandes películas de los principales Estudios. Pero sin duda afectaría a los cines dedicados a un estilo de películas más experimental. Es definitivamente una situación compleja, y sin duda se trataría de una transición funesta para parte de la industria.
 
Conclusiones

Ciertamente, el lugar que ocupan las películas hechas por y para servicios de streaming está aún por definirse. Y aunque Spielberg es tajante en excluirlas, lo cierto es que a nivel de calidad y producción no todas pueden arrojarse al mismo montón que las ‘películas para televisión’, y todo lo que ese concepto conlleva, recordándonos inevitablemente los melodramas al mejor estilo de Lifetime.  

Hay en estos films tanta ambición, dedicación y creatividad como en algunas de las mejores superproducciones destinadas a la gran pantalla. Y, más importante aún, han logrado borrar las fronteras que las diferencian de estas últimas en la mente de la audiencia y los críticos.

Por supuesto, esto incluye ciertas complicaciones y aristas que han colocado a la Industria en general en jaque. 

Los procesos de producción y exhibición han ido cambiando con las necesidades y costumbres de la sociedad. En ese desarrollo, es inevitable que algunos representantes de los viejos modos sufran las consecuencias de intentar mantener cierto estilo de hacer las cosas. Aun cuando los cinéfilos continuemos aferrándonos a la idea de la sala de Cine como lugar sagrado de peregrinaje para el disfrute de un film, lo cierto es que cuando ya podemos crear nuestro propio altar en casa, el asunto ya no es tan sencillo.

Spielberg es categórico en su posición respecto a lo que considera películas realizadas para un formato televisivo. Pero lo cierto es que no lo son, y ello amenaza el concepto mismo de lo que es el Cine y cómo nos relacionamos con cada film.

¿Una ‘película’ es considerada como tal por el lugar dónde la vemos? ¿Qué ocurre cuando la vemos por primera vez fuera de una sala?

¿Lo es porque la compartimos con un conjunto de personas dentro del Cine? ¿Y qué ocurre si somos los únicos en éste?

¿Lo es por las especificaciones técnicas de su realización? Entonces, ¿las películas remasterizadas o recuperadas no son ‘películas’ sino hasta que pasan por tales procesos?

¿Cuáles películas merecen realmente ser conservadas y estimadas por instituciones como la Academia? ¿Deben definirse por su método de exhibición, o por las características y la calidad de su producción? 

Son muchas las preguntas que podemos hacernos, y no está en mí el poder de aportar la respuesta absoluta que resuelva todo el debate. Lo que puedo hacer es revisar someramente algunas de las diferentes perspectivas que forman parte de éste, tal como lo he intentado en este ensayo.
Personalmente, si bien continúo considerando la experiencia de ‘ir al Cine’ como una vivencia profundamente especial, debo reconocer que consumo la mayor parte de las películas desde la comodidad de mi hogar, ya sea por cable, servicios de ‘streaming’ o formatos de home video.  
​
El Cine en general ya no es el mismo de su humilde y fascinante comienzo, y debemos prepararnos para que continúe cambiando en el futuro. No podemos sino esperar, y preguntarnos entretanto cuáles otras innovaciones pondrán en juego todo lo que creemos saber sobre él. 
​Por M. Sol Rivero.

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