Platón fue aquel que dijo que la música da alma al universo, alas a la mente, vuelos a la imaginación, consuelo a la tristeza y vida y alegría a todas las cosas. Ahora bien, a pesar de lo sublime de la afirmación, el hecho es que este filósofo partió de la idea de la música como sonidos aislados y producidos por instrumentos formales. Ante este concepto, vamos a esbozar un poco los desarrollos intelectuales que lo contradicen y abrirnos un camino hacia lo que Edgard Varèse, gran compositor francés de principios del siglo pasado, vio: el espacio musical es abierto y no confinado. ¿Cuál es el problema de la postura tradicional? Su defecto yace en que subordina la noción de musicalidad al medio que lo produce. Esta concepción crea inevitablemente una suerte de monopolio que reduce o equivale el lenguaje musical al rango sonoro de unos instrumentos predeterminados, cosa que a su vez descarta a todo lo que esté fuera del esquema como mero ruido. Luigi Russolo, connotado artista del futurismo italiano, atribuyó tal ambivalencia a que los tonos específicos de los instrumentos musicales engendraron en el oyente la noción de la música como una cosa en sí, distinta e independiente de la vida. Cuando hablamos de la música más allá de los instrumentos, hacemos referencia a superar la aparente dicotomía entre sonidos y ruidos. Russolo (1913), en su obra El Arte del Ruido, comentó que el advenimiento de la revolución industrial y de las metrópolis contemporáneas trajo consigo una gama entera de sonidos-ruidos que en la cotidianeidad generan todo tipo de sensaciones acústicas, o lo que equivale a decir, la musicalidad en fuentes como el sonido de un motor, el chillido de un engranaje, el zumbido de una polea o el estruendo de un tren. Por su parte, Varèse era de preguntar a sus interlocutores ¿qué es la música sino ruidos organizados? Para luego responder que los sonidos eran materiales vivos que podían cristalizarse en masas sónicas por los compositores. Siguiendo a estos pensamientos es que podemos intuir que catalogar a algún elemento sonoro como sonido o ruido termina siendo indiferente pues ambos, en el fondo, terminan sosteniendo una relación de sinonimia. Las ideas de los referidos artistas tuvieron a un pionero en cuanto a su ejecución en el francés Pierre Schaeffer (ingeniero que trabajó en la oficina de radio difusión de la televisión francesa a partir de 1946) en cuanto sus estudios con los equipos de la época llevaron a lo que él llamó musique concrète. Esta música concreta es aquella que figura en sus composiciones sonidos pregrabados del ambiente a partir de micrófonos y que, a su vez, son procesados a través de la manipulación de cintas en un estudio (se invierte, varía el tempo, se combina con otros sonidos, etcétera). El tiempo fue lo suficientemente sabio y probó que las tesis de Russolo y Varèse anticiparon el porvenir del desarrollo musical. La descontextualización e instrumentalización de sonidos de la vida diaria e inclusive el tratamiento de los sonidos de los instrumentos tradicionales ha proliferado de tal manera que ya ni nos damos cuenta. Si realmente nos pusiésemos a indagar, averiguaríamos que muchas de nuestras canciones favoritas incluyen sonidos de guitarra que nunca provinieron de una guitarra, sampling de ruidos y hasta vocales que ninguna voz humana por si sola podría lograr. En esta labor de volver a lo implícito explícito, podemos remitirnos a las palabras de Platón con las que empezamos este artículo para recordar que lo que bendice a nuestras vidas es la música universal entendida como la mera experiencia del sonido. A pesar de que un artista como Luigi Russolo hubiese discrepado con lo que el filósofo hubiese entendido como música, la verdad es que los dos se postran ante el altar de las sensaciones acústicas, pues no en vano Russolo afirmó que todas las manifestaciones de nuestra vida van acompañadas por el ruido y, como ya dijimos, ruido y sonido no son más que sinónimos. Por: Juan Carlos Rubio Vizcarrondo
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Septiembre 2020
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