En el transcurso de nuestros quehaceres es común encarar al mundo de maneras que nos son automáticas e implícitas, una de ellas y sobre la cual podemos atestiguar cada vez que pensamos es aquella lógica infalible que clasifica y separa todo en gavetas para nuestra compresión. Ahora bien, tal lógica, aun con lo práctica que es; nos lleva a ser tajantes al punto de olvidar que mucho de lo que separamos en realidad está inextricablemente unido: este es el caso de la poesía y la música. La historia de estas dos artes que alguna vez se consideraron relacionadas y que luego a partir de sus diferencias se les empezó a entender como antagónicas ha dado lugar al llamado dualismo interpretativo, o cómo mejor lo describe Francisco Martínez, la consideración de la música como lo sustancialmente otro respecto de la palabra y, al mismo tiempo, el de su estimación como savia íntima e inseparable de la misma. Esta suerte de ambivalencia debemos enfrentarla exponiendo la correspondencia que hay entre la poesía y la música en los términos de su cuarta acepción conforme a la Real Academia Española (RAE), lo que es decir, debemos mostrar la relación que realmente existe o convencionalmente se establece entre los elementos de distintos conjuntos o colecciones. Para llegar a la conexión entre las referidas artes es necesario que elaboremos brevemente tres aspectos: los orígenes históricos de su relación, el reconocimiento de sus diferencias y el reconocimiento de sus similitudes. Estos elementos nos describirán el panorama completo de cómo lo que hemos separado se toca a pesar de todo.
A lo largo del desarrollo de este artículo hemos logrado unir a lo que ha sido aislado, hecho que se ha traducido en el reencuentro entre dos artes que llenan nuestras vidas. Si algo queda por decir sobre la relación entre poesía y música mejor que lo diga Octavio Paz: todo se corresponde por que todo es ritmo. Por Juan Carlos Rubio Vizcarrondo
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Septiembre 2020
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